¿Y SI ESCUCHAR FUERA LA CLAVE?
Hace unos días apareció esta imagen en redes sociales de la
respuesta de un niño en un examen de matemáticas:
Inmediatamente se desató un aluvión de opiniones y juicios
sobre si la respuesta estaba bien o estaba mal. Me di cuenta de que, a menudo,
nos enredamos en juicios de bien y mal y nos perdemos los matices.
Y esto me llevó a la siguiente reflexión.
Me gusta la neurociencia.
Soy una apasionada de la educación. Y mis 24 horas están rodeadas, salpicadas,
asaltadas e invadidas por niños. Trabajo con y para ellos. Y tengo tres hijos.
Y, cuanto más comparto mi tiempo con ellos, más cuenta me
doy de que no hay mejor neurociencia que la de escuchar.
Parece que estamos esperando a que haya un descubrimiento en
neuroimagen que nos haga explicarnos todo, que dé solución a por qué este niño
se sale al pintar, éste otro no termine de leer como yo esperaba o el de más
allá no consiga hacer la frase que le corresponde por edad.
Y, ante la incertidumbre de no saber por qué, añadimos
etiquetas patológicas a la espera de que la neurociencia nos dé la respuesta y
la solución al problema.
¿Y si pensáramos en configuraciones neurológicas diferentes
en lugar de en cerebros esperables, predecibles y previsibles?
¿Y si nos dedicáramos a escuchar?
Me ha llevado años entender esto pero cada vez lo veo más
claro: escuchando a los niños con un poco de sensibilidad podemos entender su
forma de ver el mundo, su velocidad de procesamiento, sus maneras peculiares de
hacer conexiones y dar respuestas.
Que por supuesto no son las mismas que las nuestras ni
tienen que serlo.
Es tan sencillo como esto: escuchar con predisposición de
aprender y comprender para poder darles respuestas y acompañar sus aprendizajes.
No quiero con esto echar por tierra los hallazgos que la
ciencia nos está regalando en los últimos años pero sí poner el foco en lo que
los que nos rodeamos de niños podemos hacer para desarrollar todas sus
capacidades.
Y esto pasa por escuchar. Escuchar lo que dicen y también lo
que callan. Ser sensibles al niño como globalidad, con sus palabras, sus
acciones, sus emociones y su forma de relacionarse con el mundo.
Escuchar da las pistas necesarias. Seguramente mucho más que
una batería de test.
Escuchar abre el camino. Y sólo requiere un recurso: tiempo.
Creo que el precio no es muy alto.
Hagámoslo posible.