EL CUENTO DE LA
CUERDA
Hace unos días me encontré a mi hijo mayor, de cinco
años, jugueteando con una cuerda dorada que reconocí como mía, de esas cosas
que guardo por si me sirven para algún teatrillo.
Era justo la hora de ir a dormir y, de repente, lo vi
claro. Convertiríamos la cuerda en un cuento.
Mis hijos son de los que rápidamente acuden a la
llamada si hay un cuento de por medio. Igual para otra cosa no, pero para
inventar cuentos siempre tenemos colaboración.
Así que, con los tres niños expectantes en la
habitación les dije con voz enigmática:
-
Hoy os voy a contar el
cuento de la cuerda.
Le di a mi hijo mayor un extremo de la cuerda y dejé
el resto enrollado en mi mano.
-
¿Preparados? – les dije.
-
Síiiiiiiii.
-
Pues bien, Nicolás, ésta
es la cuerda que une tu corazón con el mío.
Esta cuerda es la más fuerte del mundo. Jamás, jamás
se rompe.
Pero cuando tú te peleas con tus hermanos… (en ese
momento solté una vuelta de la cuerda y di un paso hacia atrás)… me alejo.
Y cuando me contestas con malos modos … (vuelta a la
cuerda y otro pasito para atrás)… me alejo.
Y cuando dejas tus cosas tiradas por el suelo …
(vuelta a la cuerda y pasito para atrás) … me alejo.
Sin embargo, cuando hablas sin gritar… (al tiempo
recogí una vuelta de la cuerda y avancé un pasito)… me acerco.
Y cuando me ayudas a poner la mesa … (seguí recogiendo
cuerda y avanzando hacia su mano)… me acerco.
Y cuando echas una mano a tus hermanos al vestirse (recogí cuerda hasta quedar muy cerquita) … me
acerco.
Instintivamente, Nicolás me dio un gran abrazo.
Así, la cuerda se ha convertido en un símbolo que él
ha entendido a la perfección y que nos es muy útil para comprender qué acciones
son las que nos acercan o nos distancian
de los demás.
Además, le quedó muy claro que nuestra cuerda es “de
oro”, así que, podrá acercarse o alejarse pero en ningún caso romperse, lo que
le da la seguridad de saber que siempre va a ser querido. Y eso, con cinco
años, vale millones.
EL CUENTO DE LA
CUERDA. II PARTE.
Después de contarles el cuento de la cuerda
(sorprendentemente los pequeños, a un mes de cumplir los tres años, también lo
entendieron y quisieron que se lo hiciera), me pareció justo que ellos también
expresaran qué es lo que les acerca o aleja de nosotros. Ya sabía que me
exponía a un baño de realidad, pero valía la pena intentarlo.
Así que, enrolle la cuerda alrededor de la mano de
Nicolás y cogí el otro extremo de la cuerda.
Él comenzó tímidamente:
-
Cuando a veces me gritas
(y soltó la primera vuelta de la cuerda) … me alejo.
-
Tienes razón. Bien, sigue
– respondí.
Esto le dio confianza
para continuar.
-
Cuando no me dejas ver la
tele … (soltó cuerda y pasito atrás) … me alejo.
-
Cuando no me compras lo
que quiero … (soltó cuerda) … me alejo.
Ya sé que esa no es una razón para alejarse pero recordemos
que el orden de importancias y valores del niño no es el mismo que el del
adulto. Ya trabajaremos eso.
Después empezó a recoger
cuerda:
-
Cuando inventamos
historias… me acerco.
-
Cuando preparas
espaguetis… me acerco.
-
Cuando hacemos aventuras
… me acerco…
Para alimentar mi ego, he de decir, que le salieron
más “me acercos” que “me alejos”.
Cuando ya no quedó más cuerda entre su mano y la mía,
instintivamente, le di un gran abrazo.
Los pequeños también quisieron hacerlo. Copiaron las
razones de su hermano, como no podía ser de otra manera. Es un primer paso.
Así, el cuento de la cuerda, nos permite conocer y expresar lo que nos gusta y lo que no nos
gusta del otro, ponernos en su lugar y poder actuar con empatía. Además, es muy
útil en la vida diaria. Basta con decir ¡la cuerda! en situaciones que no nos
gustan para rectificar (tanto ellos como nosotros) y basta con decir ¡hoy
tenemos la cuerda muy cortita! para saber que todo está bien.
Ese primer día le dejé que se manifestara libremente (ya
iremos viendo qué hacemos con los “me alejo cuando no me compras”). ¡Qué
lección tan grande nos dio! Deberíamos escuchar más. Es increíble la cantidad
de información que nos ha dado algo tan sencillo como una cuerda. Eso sí, “de
oro”.