NO A LA
INCLUSIÓN: EL EFECTO PROMETE
De
acuerdo, me has pillado. El título era solo un cebo para que picaras.
Ahora
que lo sabes, puedes dar marcha atrás o quedarte y leer lo que tengo que
contarte.
El
jueves 13 de julio una servidora Elena Mesonero (logopeda apasionada de la
educación), Rebeca da Cuña (pediatra especialmente sensibilizada también con
los temas de educación) y Samuel Román (profesor de educación física, coach
deportivo y preparador físico del equipo de rugby Quesos Entrepinares)
estuvimos en el Campus que la Fundación Promete lleva a cabo en Madrid la
primera quincena de julio invitados por su director institucional Paco Rivero.
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Charla a los chicos del Campus Promete |
Además,
tuve el inmenso honor de poder compartir con los chicos del campus mi historia
de vida.
Voy
a intentar explicar lo que ocurre allí dentro y os aseguro que no es fácil. Hay
que vivirlo.
Yo
conocía la Fundación Promete desde hacía varios años. Su propuesta para el
cambio educativo me parecía fascinante: La Educación del Ser (Ser Creativo-Ser
Emprendedor-Ser social-Ser interior). No me extiendo más en el modelo porque
podéis verlo completo en www.promete.org.
La
teoría es tan bonita que me hacía dudar de la puesta en práctica.
Me
equivocaba, como muchas otras veces.
Nada
más llegar fuimos visitando las aulas en las que estaban distribuidos los
alumnos por áreas. El campus contempla 8
áreas: La Palabra, Música, Arte y Diseño, Artes Escénicas, Artes Audiovisuales,
Vida y Naturaleza, Ciencia y Tecnología y Persona y Sociedad.
Simplificando,
cada niño delimita en una llamada previa el proyecto que quiere hacer durante
la semana. Una vez que llega allí hace la planificación, trabaja en su proyecto
y finalmente lo devuelve a la sociedad en formato de presentación en el show
final. Tampoco me extiendo en esto. Podéis verlo en la web de la Fundación.
Lo
que se ve y se escucha es lo siguiente:
Varios
chavales de entre 8 y 18 años trabajando juntos. Móviles encima de las
mesas. Una niña de unos 9 años
escuchando música. Otro haciendo una búsqueda de información. Un chaval de unos
16 sale del aula. Nadie le dice nada. Otro pregunta algo al profesor y vuelve a
su puesto. Varios trabajan mientras charlan de sus cosas.
Dos
adultos por área (un profesor y un coach). A veces más, dependiendo del número
de alumnos. Parecen no estar. Un momento, ¿los profesores/coach no están
haciendo nada? Eso parece.
¿La
realidad? Están haciendo lo más importante y complejo que tiene que hacer un
adulto en el proceso educativo: ESTAR (así, con mayúsculas).
No
les dirigen, no les dicen qué o cómo tienen que hacer. Solo acompañan,
escuchan, prestan su ayuda cuando los chavales lo demandan y les regalan miles
de preguntas para que ellos mismos generen sus respuestas. Y confían. Confían
en ellos, en su capacidad para sacar adelante los proyectos.
Como
digo, en cada aula dos adultos y los materiales necesarios. Y como apoyo fundamental, una legión de
voluntarios. Todos funcionan como facilitadores.
No
se oyen gritos, ni carreras, ni protestas. Cada chico trabajando con pasión en
su proyecto (ya sea éste pintar un cuadro, escribir una novela, cantar una
canción o crear una bacteria luminiscente).
Nunca
había visto nada igual. Nosotros que habíamos llegado con la curiosidad de un
niño de 3 años abriendo los regalos de Reyes, estábamos con la boca abierta y
los pelos de punta.
Mi
cerebro, que no quiere creer lo que está viendo me dice: Esto es que es por la
mañana, están frescos, están actuando por la visita…”
Y
no. El ambiente de trabajo se mantuvo durante toda la jornada incluso cuando ni
siquiera entrábamos a las aulas y nos limitábamos a cotillear por el cristal de
la puerta.
Intentando
encontrar pegas, adelantándome quizá a lo que me podrían decir cuando contara
la experiencia me digo: “Ya está. Es un campamento de niños raritos haciendo
cosas raritas”.
Pues
tampoco. Hay de todo en cuanto a edades, sexo, capacidades, entorno social,
etc.
De
hecho nos dijeron que allí había niños con dislexia, TDAH, Asperger, etc.
Sinceramente,
no supe detectar quiénes eran. A simple vista, todos iguales. Cada uno con sus
intereses participando en el proyecto común.
En
algunas áreas pregunté a algunos de ellos qué estaban haciendo. La pasión con
la que hablan de sus proyectos no la he visto en el 90% de los adultos que
conozco.
Y
esa pasión la trasladan a todo lo demás.
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Con Paco Rivero en el Campus Promete |
Mi
charla estaba programada en principio para los alumnos del área de la palabra
(unos 8) pero no estaban obligados a venir. Ni ellos ni los demás. Simplemente
se les había informado.
Se
juntaron veintitantos chavales y yo no parto con la ventaja que pudiera suponer
ser famosa o algo así. Nunca he tenido
un público tan importante.
Tras
la charla los coaches comparten con nosotros su reunión diaria en la que se
analizan las dinámicas de la mañana, plantean dificultades y soluciones. No
escucho críticas hacia los chicos, ni juicios. No veo tampoco ningún adulto
estresado, ni de mal humor. Igual son de otro planeta, no lo sé.
Y
continúo la jornada poniendo peros a la visita porque a estas alturas lo que me
empieza a invadir es la envidia y pienso: “Seguro que no se divierten ¡Por
favor! ¡Que son niños! ¡No van a estar todo el día trabajando! (como si
trabajar no pudiera ser divertido)”.
Pues
para salir de dudas, después de comer todos juntos nos dicen:
“Veréis,
ayer los chicos se aburrían y decidieron componer una canción (letra y música)
y como ya la han grabado (voces, instrumentos, edición, etc) vamos a hacer un
vídeo, ¿Queréis participar?”
No
cumplimos con menos. Además el ambiente te arrastra. Así que bailamos, nos
disfrazamos, saltamos, cantamos.
En
poco más de una hora, vídeo grabado con una organización perfecta y una
realización y una disciplina de libro.
Tras
esto, cada mochuelo a su olivo. Todos retoman sus proyectos y a las 6 merienda
y tiempo libre.
Y,
¿qué hacen con los proyectos? Pues presentarlos en el show.
Y
el show es… un espectáculo absolutamente profesional (podéis comprobarlo en el
canal de Youtube de la Fundación Promete).
Cada
niño sube al escenario, expone su proyecto, tiene su experiencia de éxito
merecido y devuelve a la sociedad lo mejor de sí mismo.
Entre
niño y niño se apaga la luz del escenario y se aprecia cómo 6 o 7 personas (a
veces más) cambian los elementos necesarios de una actuación a otra. No tardan
más de 30 segundos y lo hacen los propios chavales con algunos adultos
arrimando el hombro.
En
este punto empiezo a pensar que la próxima vez que oiga a algún maestro
quejándose por el festival de Navidad (con su mes y pico de preparación y su
linealidad), le pondré un vídeo de alguno de los shows, porque ¡atención
señoras y señores!... ¡¡Hacen uno CADA DÍA!!
Y
lo fascinante es que todos los chavales se atreven a subir a exponer su
trabajo. Unos con un desparpajo que para mí lo quisiera. Otros, más tímidos o
más emocionados, arrancan de inmediato el aplauso y las palabras de ánimo de
sus compañeros.
Pero,
cuando ya pensaba que no podía haber más… ¡un momento! ¿Acabo de ver al chico
que hablaba de la teoría matemática del caos (o algo así, porque no tengo años
suficientes en la vida para entenderlo) tocando la batería en la presentación
de otro compañero?
¿Cómo?
Sí, Cuando tu proyecto está encarrilado, puedes ir a colaborar con otro
compañero (que haya solicitado otros perfiles para su proyecto o que vaya peor
de tiempo). Así que puedes bailar con uno, hacer de figurante en el vídeo de
otro o hacerle los coros al de más allá. Aprenden los unos de los otros.
En
el show se pone de manifiesto el ambiente entre los chavales: se apoyan, se
respetan, se animan, se quieren y se dan las gracias.
En
un último intento por desmontar la magia pregunto a Paco: “¿Nunca ha habido
ningún conflicto?”. Me responde con una templanza pasmosa: “Sí. Se trabaja y
ya”.
Así
que ya sin armas no me queda más que rendirme a la evidencia.
Y
me diréis, ¿y qué tiene que ver esto con la inclusión?
Fácil.
Como os decía, allí había chicos de diferentes edades con diferentes
características (algunos incluso con etiquetas patológicas) y yo NO supe
quiénes eran. Así de sencillo.
Con
un modelo así, con una educación personalizada no cabe ni siquiera la palabra
inclusión.
Así
que me reitero: NO a la inclusión. SÍ a una educación personalizada, basada en
el respeto, en la confianza hacia el niño, en la escucha y en la oportunidad de
desarrollar el talento de cada uno para que cada niño, joven o adulto pueda
devolvérselo a la sociedad.
Veréis,
ya no es que quiera esto para mis hijos, es que lo quiero para mí.
No
digo que el modelo para el cambio educativo tenga que ser el que propone la
Fundación Promete sí o sí. Digo que con modelos como éste, la nueva educación
pasa de sueño a objetivo. Y eso lo hace realizable.
Así
que en casa, en los colegios y en la sociedad en general como agente de cambio,
dejémonos invadir por lo que ya he denominado EL EFECTO PROMETE.
Elena
Mesonero Gómez
La
Clínica del Lenguaje, Valladolid
*Gracias
de corazón a Paco, Fidelia, Valvanera, Noe, a todos los profesores de área, a
los coaches, a los responsables del show y a los voluntarios por el trabajo que
realizáis, por la actitud, por la acogida y por la hospitalidad. Me llevo un
montón de aprendizajes para mis hijos, para mi trabajo y para mi vida. Espero
veros pronto.
**Y
gracias de corazón a todos los chicos: Noah, Tristán, Jaime, Álvaro (Princeso),
María, Daniela, Blanca, Álex, Merzhi, Elisa, Samuel y a todos los demás
(disculpadme, no soy muy buena recordando nombres)… por el inmenso talento que
tenéis. Más allá de ser chicos muy listos (eso es fácil), sois chicos muy
mágicos (eso es lo que os hace geniales). Gracias por la pasión, por la actitud
ante el aprendizaje y por demostrar que no hace falta tener 40 años para hacer
cosas estratosféricas. Cuando me vuelvan a decir que la juventud de ahora no
tiene futuro, diré ¿tú no conoces a los chicos Promete, verdad?