A menudo recomiendo a padres primerizos, madres embarazadas,
papás de varios y demás formas de paternidad/maternidad, que eliminen las
expectativas de sus vidas o, que al menos, las ajusten. Otro día hablaremos de
esto.
Sin embargo, seamos sinceros, todos hemos fantaseado alguna
vez con hijos despiertos, resueltos, incluso inventores de cosas geniales.
¡Vaya si nos gustaría que nuestros hijos descubrieran o
inventaran algo grande!
Pues aquí viene la noticia: Señoras y señores, lo que de
adultos serios y responsables vemos como ciencia, no es, ni más ni menos, que
creatividad.
Para inventar algo, hay que ser creativo. Y creativo no es
pintar bien (o al menos no sólo eso).
Creativo es tener una mente flexible, capaz de tomar lo
aprendido y modificarlo una y otra vez (la constancia es igual de importante
que la creatividad) para crear cosas nuevas.
Y en esas modificaciones vienen de serie el error, el
disparate, el fallo, la tontería.
¡Ojo! En el caso de niños, debemos ponernos en su piel.
Creativo con 5 años es plantear una solución absurda a un acertijo. Algo del
tipo “pues vienen dos halcones y levantan el coche para que puedan pasar las
ovejas”.
Lo importante no es la solución, sino la flexibilidad y la
costumbre de ofrecer soluciones. La coherencia y el cribado vendrán después.
¿Cuántas veces nos hemos reído en clase cuando un compañero
ha dicho algo disparatado?¿Cuántas veces hemos oído a nuestros profesores recriminar a un compañero por equivocarse?
Ese es el gran error.
Es cierto que no se trata de jalear el error en clase. Los
niños son expertos en detectar fisuras y la clase se convertiría en un
campeonato de chorradas. Se trata de normalizar el error, de integrarlo como
una parte más del aprendizaje. Equivocarse también es parte de la vida y, además, es muy sano. Nos enseña a tolerar la frustración, a hacer autoexamen, a revisar, a plantear otra solución mejor y a seguir adelante, que no es poco.
Dejemos que nuestros hijos se equivoquen, dejemos que
propongan y fallen, pero sobre todo que propongan. No matemos su creatividad
por el miedo a fallar.
Pensemos fríamente. Si un día, a principios del siglo XX, un
amigo nos hubiera dicho que se le había ocurrido pinchar un palo en un
caramelo, seguramente hubiéramos pensado “¡y creerá que va a triunfar!”, y,
probablemente, hubiera sido el motivo de risa de la siguiente reunión familiar.
No debió pensar lo mismo Antonio Reñé al inventarlo, ni Enric
Bernat al comprarle la patente y ponerle el nombre de Chupa Chups. Sin duda,
fue capaz de ver el potencial de la idea.
Partamos de que una idea no es ni buena ni mala. Lo que
importa es tener ideas y ser capaz de cribarlas.
De cualquier idea, incluso de las que consideramos errores,
podemos sacar un aprendizaje o una lectura positiva.
Así que, una vez más, dejemos que nuestros niños se
equivoquen una y mil veces.
Lo malo no es fallar. Lo malo es no atreverse.