domingo, 16 de julio de 2017

NO A LA INCLUSIÓN: EL EFECTO PROMETE


NO A LA INCLUSIÓN: EL EFECTO PROMETE

De acuerdo, me has pillado. El título era solo un cebo para que picaras.
Ahora que lo sabes, puedes dar marcha atrás o quedarte y leer lo que tengo que contarte.
El jueves 13 de julio una servidora Elena Mesonero (logopeda apasionada de la educación), Rebeca da Cuña (pediatra especialmente sensibilizada también con los temas de educación) y Samuel Román (profesor de educación física, coach deportivo y preparador físico del equipo de rugby Quesos Entrepinares) estuvimos en el Campus que la Fundación Promete lleva a cabo en Madrid la primera quincena de julio invitados por su director institucional Paco Rivero.

Charla a los chicos del Campus Promete


Además, tuve el inmenso honor de poder compartir con los chicos del campus mi historia de vida.
Voy a intentar explicar lo que ocurre allí dentro y os aseguro que no es fácil. Hay que vivirlo.
Yo conocía la Fundación Promete desde hacía varios años. Su propuesta para el cambio educativo me parecía fascinante: La Educación del Ser (Ser Creativo-Ser Emprendedor-Ser social-Ser interior). No me extiendo más en el modelo porque podéis verlo completo en www.promete.org.

La teoría es tan bonita que me hacía dudar de la puesta en práctica.
Me equivocaba, como muchas otras veces.
Nada más llegar fuimos visitando las aulas en las que estaban distribuidos los alumnos por áreas. El campus contempla  8 áreas: La Palabra, Música, Arte y Diseño, Artes Escénicas, Artes Audiovisuales, Vida y Naturaleza, Ciencia y Tecnología y Persona y Sociedad.
Simplificando, cada niño delimita en una llamada previa el proyecto que quiere hacer durante la semana. Una vez que llega allí hace la planificación, trabaja en su proyecto y finalmente lo devuelve a la sociedad en formato de presentación en el show final. Tampoco me extiendo en esto. Podéis verlo en la web de la Fundación.

Lo que se ve y se escucha es lo siguiente:
Varios chavales de entre 8 y 18 años trabajando juntos. Móviles encima de las mesas.  Una niña de unos 9 años escuchando música. Otro haciendo una búsqueda de información. Un chaval de unos 16 sale del aula. Nadie le dice nada. Otro pregunta algo al profesor y vuelve a su puesto. Varios trabajan mientras charlan de sus cosas.
Dos adultos por área (un profesor y un coach). A veces más, dependiendo del número de alumnos. Parecen no estar. Un momento, ¿los profesores/coach no están haciendo nada? Eso parece.

¿La realidad? Están haciendo lo más importante y complejo que tiene que hacer un adulto en el proceso educativo: ESTAR (así, con mayúsculas).
No les dirigen, no les dicen qué o cómo tienen que hacer. Solo acompañan, escuchan, prestan su ayuda cuando los chavales lo demandan y les regalan miles de preguntas para que ellos mismos generen sus respuestas. Y confían. Confían en ellos, en su capacidad para sacar adelante los proyectos.

Como digo, en cada aula dos adultos y los materiales necesarios.  Y como apoyo fundamental, una legión de voluntarios. Todos funcionan como facilitadores.
No se oyen gritos, ni carreras, ni protestas. Cada chico trabajando con pasión en su proyecto (ya sea éste pintar un cuadro, escribir una novela, cantar una canción o crear una bacteria luminiscente).

Nunca había visto nada igual. Nosotros que habíamos llegado con la curiosidad de un niño de 3 años abriendo los regalos de Reyes, estábamos con la boca abierta y los pelos de punta.
Mi cerebro, que no quiere creer lo que está viendo me dice: Esto es que es por la mañana, están frescos, están actuando por la visita…”

Y no. El ambiente de trabajo se mantuvo durante toda la jornada incluso cuando ni siquiera entrábamos a las aulas y nos limitábamos a cotillear por el cristal de la puerta.
Intentando encontrar pegas, adelantándome quizá a lo que me podrían decir cuando contara la experiencia me digo: “Ya está. Es un campamento de niños raritos haciendo cosas raritas”.

Pues tampoco. Hay de todo en cuanto a edades, sexo, capacidades, entorno social, etc.
De hecho nos dijeron que allí había niños con dislexia, TDAH, Asperger, etc.

Sinceramente, no supe detectar quiénes eran. A simple vista, todos iguales. Cada uno con sus intereses participando en el proyecto común.
En algunas áreas pregunté a algunos de ellos qué estaban haciendo. La pasión con la que hablan de sus proyectos no la he visto en el 90% de los adultos que conozco.

Y esa pasión la trasladan a todo lo demás.


Con Paco Rivero en el Campus Promete
Mi charla estaba programada en principio para los alumnos del área de la palabra (unos 8) pero no estaban obligados a venir. Ni ellos ni los demás. Simplemente se les había informado.
Se juntaron veintitantos chavales y yo no parto con la ventaja que pudiera suponer ser famosa o algo así.  Nunca he tenido un público tan importante.

Tras la charla los coaches comparten con nosotros su reunión diaria en la que se analizan las dinámicas de la mañana, plantean dificultades y soluciones. No escucho críticas hacia los chicos, ni juicios. No veo tampoco ningún adulto estresado, ni de mal humor. Igual son de otro planeta, no lo sé.
Y continúo la jornada poniendo peros a la visita porque a estas alturas lo que me empieza a invadir es la envidia y pienso: “Seguro que no se divierten ¡Por favor! ¡Que son niños! ¡No van a estar todo el día trabajando! (como si trabajar no pudiera ser divertido)”.

Pues para salir de dudas, después de comer todos juntos nos dicen:
“Veréis, ayer los chicos se aburrían y decidieron componer una canción (letra y música) y como ya la han grabado (voces, instrumentos, edición, etc) vamos a hacer un vídeo, ¿Queréis participar?”
No cumplimos con menos. Además el ambiente te arrastra. Así que bailamos, nos disfrazamos, saltamos, cantamos.

En poco más de una hora, vídeo grabado con una organización perfecta y una realización y una disciplina de libro.
Tras esto, cada mochuelo a su olivo. Todos retoman sus proyectos y a las 6 merienda y tiempo libre.

Y, ¿qué hacen con los proyectos? Pues presentarlos en el show.
Y el show es… un espectáculo absolutamente profesional (podéis comprobarlo en el canal de Youtube de la Fundación Promete).

Cada niño sube al escenario, expone su proyecto, tiene su experiencia de éxito merecido y devuelve a la sociedad lo mejor de sí mismo.
Entre niño y niño se apaga la luz del escenario y se aprecia cómo 6 o 7 personas (a veces más) cambian los elementos necesarios de una actuación a otra. No tardan más de 30 segundos y lo hacen los propios chavales con algunos adultos arrimando el hombro.

En este punto empiezo a pensar que la próxima vez que oiga a algún maestro quejándose por el festival de Navidad (con su mes y pico de preparación y su linealidad), le pondré un vídeo de alguno de los shows, porque ¡atención señoras y señores!... ¡¡Hacen uno CADA DÍA!!
Y lo fascinante es que todos los chavales se atreven a subir a exponer su trabajo. Unos con un desparpajo que para mí lo quisiera. Otros, más tímidos o más emocionados, arrancan de inmediato el aplauso y las palabras de ánimo de sus compañeros.

Pero, cuando ya pensaba que no podía haber más… ¡un momento! ¿Acabo de ver al chico que hablaba de la teoría matemática del caos (o algo así, porque no tengo años suficientes en la vida para entenderlo) tocando la batería en la presentación de otro compañero?
¿Cómo? Sí, Cuando tu proyecto está encarrilado, puedes ir a colaborar con otro compañero (que haya solicitado otros perfiles para su proyecto o que vaya peor de tiempo). Así que puedes bailar con uno, hacer de figurante en el vídeo de otro o hacerle los coros al de más allá. Aprenden los unos de los otros.

En el show se pone de manifiesto el ambiente entre los chavales: se apoyan, se respetan, se animan, se quieren y se dan las gracias.
En un último intento por desmontar la magia pregunto a Paco: “¿Nunca ha habido ningún conflicto?”. Me responde con una templanza pasmosa: “Sí. Se trabaja y ya”.

Así que ya sin armas no me queda más que rendirme a la evidencia.

Y me diréis, ¿y qué tiene que ver esto con la inclusión?

Fácil. Como os decía, allí había chicos de diferentes edades con diferentes características (algunos incluso con etiquetas patológicas) y yo NO supe quiénes eran. Así de sencillo.
Con un modelo así, con una educación personalizada no cabe ni siquiera la palabra inclusión.

Así que me reitero: NO a la inclusión. SÍ a una educación personalizada, basada en el respeto, en la confianza hacia el niño, en la escucha y en la oportunidad de desarrollar el talento de cada uno para que cada niño, joven o adulto pueda devolvérselo a la sociedad.
Veréis, ya no es que quiera esto para mis hijos, es que lo quiero para mí.

No digo que el modelo para el cambio educativo tenga que ser el que propone la Fundación Promete sí o sí. Digo que con modelos como éste, la nueva educación pasa de sueño a objetivo. Y eso lo hace realizable.
Así que en casa, en los colegios y en la sociedad en general como agente de cambio, dejémonos invadir por lo que ya he denominado EL EFECTO PROMETE.

                                                                       Elena Mesonero Gómez
                                                                       La Clínica del Lenguaje, Valladolid

*Gracias de corazón a Paco, Fidelia, Valvanera, Noe, a todos los profesores de área, a los coaches, a los responsables del show  y a los voluntarios por el trabajo que realizáis, por la actitud, por la acogida y por la hospitalidad. Me llevo un montón de aprendizajes para mis hijos, para mi trabajo y para mi vida. Espero veros pronto.

**Y gracias de corazón a todos los chicos: Noah, Tristán, Jaime, Álvaro (Princeso), María, Daniela, Blanca, Álex, Merzhi, Elisa, Samuel y a todos los demás (disculpadme, no soy muy buena recordando nombres)… por el inmenso talento que tenéis. Más allá de ser chicos muy listos (eso es fácil), sois chicos muy mágicos (eso es lo que os hace geniales). Gracias por la pasión, por la actitud ante el aprendizaje y por demostrar que no hace falta tener 40 años para hacer cosas estratosféricas. Cuando me vuelvan a decir que la juventud de ahora no tiene futuro, diré ¿tú no conoces a los chicos Promete, verdad?